ESTRENO EN EL MAIZAL

9 de Octubre de 2016

Domingo por la tarde y España jugaba un partido clasificatorio para el mundial...


Es que ni me preocupé, Gonzalo quería ir de espera al coto nuevo que habíamos cogido e intentar tirar a un guarro con el monotiro, también nuevo... anda, que me faltó tiempo para decirle que sí !!!

Curioso el sitio, muy similar a otro que cogí en la misma provincia, donde la presencia de un río marca el deambular de los cochinos por sus márgenes, escondiéndose en sus zarzas y cañas, hoy aquí y mañana allí,  dificultando, o mejor dicho imposibilitando, que los señores de las sombras fijen claramente sus querencias, a pesar de que siempre hay preferencias...

Echales maíz, me comentaba el enterado que siempre aparece... Pérdida de tiempo asegurada, al encontrarse las márgenes del río sembradas de unas cuantas decenas de hectáreas de maizales...

A los pasos de entrada al maizal, cuando está alto, o a esperar que asomen la gaita cuando los cortan, cuando todavía buscan las mazorcas y no son conscientes de la "llanura" que ha dejado el hombre con sus máquinas. La opción de aquerenciarlos con alguna "chuche" tengo pendiente probarla y la "opción" de ponerles un poco de "colonia" se vuelve inviable ante la proximidad de un curso permanente de agua que, para más INRI, es visitado casi a diario por los vigilantes correspondientes...

La huella clara de un mapache.
Malditos inconscientes...
Y es que en este curso se están gastando una pasta en evitar una plaga urbanita que está amenazando el ecosistema del río. Y digo urbanita por que son los urbanitas, los típicos idiotas de ciudad, que además de ignorantes por no saber lo que hacen, resultan temerarios e inconscientes por no saber las consecuencias de sus actos. Algún(os) imbéciles decidieron soltar sus mascotas, mapaches, cuando se dieron cuenta que lo que habían comprado, tan mono cuando era pequeñito, no era sino un animal salvaje no domesticable y al que no se podían llevar al apartamento de la playa en verano, por mucho que los dibujos animados los pinten tan "monos"....


Los críos crecen y quiso la casualidad que coincidiera mi primera espera en este coto con la culminación de una operación de cambio de "herramienta", en la que había vendido la escopetilla del .410 que le cayó por primera Comunión al mayor de mis chicos y comprado para sustituirla un BA13 Take Down, del 308, de cuyo calibre tantas maravillas había oído contar para esperas... y para no esperas, anhelando así que el mayor se reenganche a la caza y a las esperas, donde tanto le echo de menos. Era un juguete que por su reducido cañón estaba pensado para que pudieramos usarlo desde el blind, que casualmente se convierte en herramienta casi imprescindible en ese nuevo sitio.
  
Total que puesto, ahí donde las fotos, un par de ocasiones seguidas tuve la oportunidad de oirles entrar rompiendo las cañas, unas veces careando y otras a franco trote cochinero interrumpido súbitamente por lo que sin duda fué un rebufo del aire. Y es que aquí, también, la orografía lleva a que el aire se mueva en continuos remolinos que, cuando menos te lo esperas, te amargan la espera.

Todavía estaban los maizales altos y, cuando se colaba algún cochino en los pasos, comenzaba la sonata de pasos y ramas que te tenía en vilo pendiente de hacia donde pondrían proa los cochinos, en ese mar de vegetación, o si de repente se abriría el maizal delante tuya para resultar atropellado por un cochino, tal locomotora peluda del AVE.

Decían los socios que el momento bueno era al día siguiente de segar los maizales, momento en que los cochinos todavía no le habían perdido el miedo y salían a carear igual que cuando las plantas medías tres metros. Y ese día llegó justo el día antes del partido de España... y la solicitud de Gonzalo casi resultaba un salvoconducto conyugal. 

Llegamos al coto un poquito antes de la hora convenida y dimos una pequeña vuelta a ver como habían quedado los maizales después de ser cosechados. La verdad es que da un aspecto de desolación ver una zona en la que hace menos de 24 horas no eras capaz casi de entrar andando, convertida en un campo de fútbol de amarillo césped... Esa noche no llegábamos a media luna, pero seguro que no iban a hacer falta los infrarrojos a la que asomase un perfil negro por allí.

Uno de los que venía por la noche había estado durante la siega, cobrándose un guarrete de los tres que desconocían que tocaba que el hombre rompiera ese hábitat temporal, que él mismo había generado, y allí se habían encamado. Picado como estaba, el individuo repitió la noche siguiente a ver si repetía también en suerte, encargándonos entre los dos de cubrir la veintena de hectáreas de un maizal, mientras un tercer socio cubría la retirada por otro maizal aledaño más pequeño y también segado el día anterior. He de agradecerle a este tercer socio la gentileza de cederme la postura donde finalmente me instalé, pues venía él con ganas de hacer guardia allí.


 
Visión parcial del puesto de día y de noche, en plenilunio

Nos habíamos distraído con la aparición en el último momento del agricultor de los maizales y casi se nos hizo tarde... acelerando un poco por el camino, mi compañero de maizal se enrocó antes que yo, y digo bien que se enrocó pues se puso detrás de una piedra grande ubicada en el borde del maizal, donde resultaba imposible que le alcanzara de un disparo por muy mala baba que pusiera en el empeño. Afortunadamente debo decir... y vicebersa, pues quedábamos ambos bien protegidos uno de otro y con las líneas de tiro ambas en el mismo sentido.

Así, por fin llegué con mi hijo y Cartucho a la posición desde donde observaríamos el maizal, elevada unos tres o cuatro metros sobre el mismo, con unas zarzas a mis pies y la linde del maizal a escasos cinco metros. De frente, el maizal tomaba el cariz de polideportivo, llano por completo y limpio de hierba alguna, a excepción de un bello peral que luce en mitad del mismo, que estaba a poco más de cien metros míos. Corría una valla mal cerrada y con numerosísimas gateras que hacían una diagonal de izquierda a derecha, desde más allá de 200 metros hasta los algo menos de 100 que había a mi derecha. Ahí, en ese balcón, pusimos mi hijo y yo nuestras sillas a la sombra de un olmo que nos protegiera de la luna y con el aire de cara, sabedores que allí eso cambia cada breves segundos, mientras manteníamos a Cartucho dentro del coche para que los mosquitos no se cebaran con él y evitar los problemas de leshmania.

Saqué el juguetito nuevo mientras el chaval terminaba de prepararse para aguantar el fresco, saque los prismáticos nocturnos pues ya era casi de noche, levanté la cara y observé hacia la parte más alejada, operación que realizo habitualmente para ajustar las dioptrías... Pero esta vez era distinto, la vista no me había engañado, al levantar la cabeza hacia allí, al fondo, había observado cuatro bultos negros sobre el amarillento fondo del maizal... Ya tenía los guarros dentro!! Temerosos todavía de salir al claro, deambulaban despacio por el borde, por lo que me dio tiempo a preparar la sorpresa.
 
Sopesando el "juguete"
Cuando Gonzalo terminó, pasado unos breves segundos, de acicalarse, le pasé los prismáticos diciéndole algo así como... mira a ver si ves algo pegado a las cañas del río, que es por donde suelen moverse... No tardó un minuto en aparecer su sonrisa debajo de los binoculares... 

- Papa!!!
- Schsssss !!!
- Hay guarros!!!
- Ya lo sé... cuéntalos...
- Cinco !!
- Cinco? A ver... pues es verdad! 
Había aparecido otro más, yo había visto cuatro.
- Tírales !!!
- No, son primalones, si entran hasta aquí les tiramos para estrenar el rifle, pero déjales que pueden cumplirle al del al lado.

Más de media hora anduvieron los cochinos trasteando por el maizal, comía, corrían, salían, entraban... finalmente pusieron rumbo al peral. Anduvieron allí un rato jugando hasta que súbitamente pusieron rumbo directo, a trote cochinero, hacia la posición que ocupábamos... No me lo podía creer, de todo el maizal que había, los cochinetes se nos iban a echar encima... Que queréis que diga de Gonzalo... parecía la estatua de Colón señalando con el dedo...

Viendo que efectivamente se iban a poner a tiro, preparé la vara y monté el perrillo del rifle. por las distancia a cubrir, esta vez había montado la T20 y esperaba que cumpliera como siempre hizo la Ledwave. Encaré y empezé a intentar meterles en el visor, lo que me costó un poco por ser la primera vez que usaba el rifle. Pero, finalmente, allí estaban...

Cuando estaban a unos 40 metros encendí el punto del visor, centré la atención en uno de los múltiples primalones, descartando los "grandes" por seguridad de que se trataban de las madres, y siguiéndole, esperé a que pararan, pues avanzaban haciendo el "acordeón" parada-avance-parada... Lo tenía casi de frente pero en esta ocasión me daba un poco igual, no era trofeo, tenía el perro conmigo y era calibre y bala nuevos a estrenar... "vamos a ver de que es capaz esto"- pensé. Y encendiendo la linterna, apreté suavemente el disparador apuntando un poco a la derecha de su oreja izquierda, buscando entrar por el pulmón izquierdo y salir empanzado por la derecha, al encontrarme un tanto elevado.

El "trueno" estalló en la noche y la piara rompió en carreras a diestro y siniestro, pero tenía el rifle bien agarrado y ví caer al marranete. Recargué rápidamente sorprendiéndome la rapidez de la maniobra para ser la primera vez que disparaba el monotiro y continué mirando el cuerpo mientras Gonzalo se regodeaba de la espantada generalizada, alumbrada por mi compañero de maizal, que terminó disparando a otro cochino.
  
El segundo cochinete, que nos encontró 
Cartucho cuando íbamos por el maizal hacia el río
Besos, abrazos, signos de la Victoria, ritual típico de padre e hijo cuando andamos juntos en un puesto. Acabábamos de estrenar coto, puesto y rifle y todo resultaba entretenido, pues anduvimos más de media hora liados con el lance.

Celebrábamos el divertido comienzo iluminados de frente por una preciosa luna llena. Me pidió Gonzalo los binoculares  nocturnos y andaba el chaval dristraído con ellos observando el maizal... hacía casi una hora que habíamos tumbado el guarrete, que yacía casi frente a nosotros a unos cuarenta metros cuando comenta...

- Papá, el guarro se mueve...
- ¿Qué?
Le quité los binoculares y observé al guarro, que yacía tendido allá donde había caído.
- Anda tío, mira bien que sigue en el mismo sitio.
- Papá, te juro que se ha movido.
- Vale, vale. Dije devolviéndole los binoculares.

No pasarían más de tres o cuatro minutos cuando dijo Gonzalo.

-Papá el guarro se ha vuelto a mover

Esta vez me pasó el los binoculares y mire rápido, para encontrarme al guarro tumbado de nuevo. Pero Gonzalo ya va cogiendo experiencia como para saber de lo que habla, por lo que esta vez cogí una referencia exacta de donde el guarro estaba tumbado y, mientras le devolvía los nocturnos a Gonzalo le dije:

- Yo lo sigo viendo tumbado, hijo...

Ni un minuto pasó cuando Gonzalo, casi saltando en la silla, volvió a decir en voz tan baja como excitada:
- Papá, se mueve!!!!
Rápidamente cogí los binoculares para volver a encontrármelo tumbado... pero esta vez me dí cuenta que se encontraba un par de metros más allá de donde había cogido la última referencia, sin duda se había movido. Así pues, mantuve la vista puesta en él para, pasados unos segundos, ver con ojos incredulos como aquel marranete incorporaba sus cuartos delanteros intentando moverse sobre los mismos.
Le pasé los bino a Gonzalo mientras le decía: 
- vigílalo por si echa a corer
le escribí un rápido mensaje al compañero comentándole que iba a hacer un tiro de remate, para que no se asustara y agarré la nueva herramienta alimentando mis pensamientos de dudas entre el rifle, el calibre y el tipo de bala seleccionada... todos nuevos y el "indio" que no quiso afinar el tiro confiado en su nuevo calibre..
Agarré el rifle, apunte al centro de la "caja" y le mandé un pildorazo de 180 grains, que terminó por tumbarlo "de nuevo".

Con cara de asombro andábamos todavía cuando no mucho más tarde tronó a la izquierda el rifle de nuestro compañero. Mientras yo batía el maizal con la luz roja, Gonzalo revisaba el mismo con los nocturnos, a la espera de descubrir alguna sombra que corriera hacia nosotros, sin éxito ante tal objetivo.

La afición de los chavales a las esperas se consigue renunciando a muchas horas de disfrute personal así, trás ese tiro, decidí cederle el juguete a Gonzalo y disfrutar yo de la observación nocturna sin más apoyo adicional que la luna llena... La sonrisa que puso cuando se lo dije pasó a esa cara "seria" que pone él cuando pasa a modo "cazador".

No pasarían 20 minutos cuando, por el mismo sitio que la primera vez, vi aparecer una piarilla.
- Gonzalo, ahí los tienes, espera que cumplan que están muy lejos
Pero estaba Gonzalo como para aguantar.... apoyó el juguete en la vara lanzando un regalo que en mi opinión, no hizo otra cosa que ponerles pies en polvorosa. Aunque Gonzalo sigue pensando que era un guarro que chascañeteaba los dientes en los juncos cuando fuimos al final a revisar el tiro, guarro que no pisteamos por el peligro que suponía, a pesar de ir Cartucho con nosotros, y que al día siguiente no pudimos encontrar.

Pensábamos en empezar a recorger, para llegar cenar a casa, cuando un tercer grupo apareció de nuevo por el mismo sitio. Esta vez tenía yo el arma y decidimos esperar a ver como evolucionaban.

No tardaría diez minutos en poner rumbo al peral y, al tan atrayente trote cochinero, acercarse hasta nosotros un poco a la izquierda. El mal sabor de boca del guarro anterior me llevó a apuntar, más fino esta vez, al codillo de otro de los primalones que acompañaban a una gran guarra.

Tanto quise afinar que casi se me meten por la izquierda cuando, finalmente, se rompió el silencio de la noche. Al tiro hubo desbandada del grupo viniendo, varios de ellos, a refugiarse en las zarzas que teníamos a nuestros pies y, aúnque no había visto caer en el sitio al marrano, estaba seguro de haber apuntado en condiciones, por lo que no quise hacer carne con los que andaban a nuestros pies, que tampoco tardaron mucho en seguir camino al sentir nuestros movimientos.

Andaba yo todavía ayudado de las muletas, por la segunda operación, cuando empezamos a acercanos al primer cochinete abatido con cartuchete tirando de la correa. Al fondo del maizal, veíamos la luz de nuestro compañero pisteando algo, tal como habíamos hablado por teléfono un momento antes.

Ya llegó nuestro compañero hasta el primer guarrete, donde andábamos animando a Cartucho para que mordiera, cuando nos dijo que un guarro que había tirado le castañeteaba los dientes en el río... Gonzalo y yo nos miramos furtivamente sin decir nada al respecto. Mientras, por más que barría la zona con la linterna, no veía el bulto del segundo guarro tumbado en el maizal, que debía haber quedado más a nuestra izquierda...

Decidimos acercarnos al río a ver que pasaba con el castañeteo... Así, iba nuestro compañero delante con el rifle, Gonzalo agarrando la correa con Cartucho en el otro extremo y yo, al final, sorteando como podía los surcos del maizal a base de muletas y pierna rota. Debíamos haber andado unos veinte o treinta metros cuando un golpe de aire del noroeste causo una reacción en Cartucho...

Levantó el rabo tieso como una antena, giró noventa grados a la izquierda y levantó la trufa al aire... Gonzalo seguía andando cuando el perro se arrancó al trote hacia la izquierda... tirando con insistencia. Gonzalo me dijo, Papá llama al perro que se va hacia allí...Una decena de metros trás el, apoyado en las muletas me fijé en ese rabo tieso como un misil que ya le había visto cuando alguna vez le habñía hecho un rastro... 

- Gonzalo, déjale a ver que pasa... dije sin tener muy claro lo que le pasaba al perro, pues pocas peces tocó "pelo" debido a mis operaciones...

Gonzalo empezó a andar detrás del perro que cada vez empezó a tirar con más fuerza de la correa... Tras una treintena de metros, el perro ya intentaba corer, casi ahogándose con el collar y poco después empezó a ladrar insistentemente...

A unos cincuenta metros Gonzalo gritó: Papá aquí hay un guarro!!!
No me lo podía creer, Cartucho había dado con su primer guarro, el segundo al que habíamos tirado.

Podría seguir alargando más detalles de la noche, pero tampoco quiero que mi poco estilo literario aburra en demasía al posible lector.

Que buena noche pasé con mi hijo, en donde a base de no mucho frío y una luna llena que quitaba el sentido tuve la suerte de estrenar coto, rifle y perro por partida doble. Que buen juego da esa playita en donde desembarcan los guarros "por docenas"... 

¿Y España? España ganó y nos clasificamos para el mundial de Rusia..